sábado, 26 de enero de 2008

TRIBUNA EN MÁLAGA HOY (A propósito del AVE )


Trenes. Pájaros achatados y supersónicos en la monotonía manchega de un campo invernal. Como en un lienzo impresionista, el paisaje se diluye ante los ventanales; el tiempo adquiere visos de inmediatez, y la distancia se trasmuta en anécdota feliz entre estaciones futuristas. El AVE hace ya unas fechas que dejó en esta ciudad, que fue vía muerta durante decenios, un regusto capitalino a Madrid.

Cantan los carteles que jalonan las marquesinas del 11, empecinados en su mensaje simple, que en dos horas y medias el corazón de España queda conectado con Málaga “la cantaora”. Apenas un suspiro entre la Ciudad del Paraíso y el “rompeolas de las Españas” ; la castiza modernidad de Madrid, en suma, a un sueñecito de esta urbe mediterránea que ha ido creciendo gigantesca con poca convicción de metrópoli.

Con la llegada de la Alta Velocidad Española a Málaga se inicia una nueva era para nuestra ciudad. A un puerto de relevancia se le suma la hermandad férrea con la capital, ahora que, tras tanto ruido de nacionalismos periféricos, las regiones más castizas nos unimos para cerrar modestamente lo que queda de España. Los trenes vertebran territorios y dotan de venas y sentido a un país que se desangraba por la escasez de un tejido afectivo que ha venido a arreglar una locomotora, algo impuntual y necesaria.

Señores, ha llegado el AVE y la velocidad se impone a las anacrónicas imágenes de un TALGO botijero bordeando el desfiladero de El Chorro, como en una estampa sacada de los primeros western filmados a Technicolor. La Alta Velocidad llama a la capital de la Costa del Sol mientras que los políticos, ávidos de réditos electorales, se apropian de una de las pocas victorias ciudadanas que nos van quedando a los que integramos aquello del tercer estado.

En el centro de las vías, como un guardagujas perverso, el debate político se ha instalado con convicción; el detalle del retraso más o menos continuado de los primeros AVES entre Atocha y Zambrano ha elevado dorsianamente a la categoría de gran política este neófito tren malacitano. Lejos de las estadísticas, de Magdalena Álvarez y su persistencia numantina a abandonar un carro eléctrico y tranviario, los ciudadanos tenemos una oportunidad de oro para auparnos al adelanto y demostrar, ahora que hemos alcanzado la “tercera modernidad”, que somos el pulmón económico de Andalucía y uno de los corazones de esta España invertebrada.

Definitivamente el progreso nos llegó por Navidad. Zapatero, hierático, celebraba con moderación el proyecto estrella de Fomento y a los ciudadanos se nos quedó cara de regalados. Hemos de ser conscientes de la potencialidad turística del AVE y evitar que el progreso, aún con macroestación, no pase de largo como los americanos por Villar del Río en la inolvidable película Bienvenido Mister Marshall de Luis García Berlanga.

Cabe, por último, reflexionar sobre el redescubrimiento cada vez más accesible de Madrid y el afianzamiento definitivo del turismo patrio, el de suegra, tortilla y melón playero, que es, en última instancia, el que nos cuadra las cuentas del chiringuito costero, institucionalizado como industria hotelera.

Ahora, con la prosperidad ferroviaria, Málaga es una apéndice de la línea 1 del Metro de Madrid, pasada Atocha y los sures grises de Madrid. Los atractivos de Málaga son indudables pero, no obstante, es preciso que al paseo de Rodin por Larios y a la segunda residencia de Picasso en la judería, añadamos una vida cultural potente que no por pretenciosa deja de ser viable.

Es tiempo de subirnos a los trenes, de tomar vías y horizontes más allá de estas cuatro paredes. Es tiempo de que el malagueño, henchido de mente y espíritu, se acomode junto a la ventanilla y sintamos que estamos en Europa cuando el tren rebase la ficticia frontera de Los Prados.

Acomodémonos junto a la ventanilla del primer AVE a Madrid, en el vagón machadiano de tercera, y recapacitemos, ahora que llegan las rebajas de enero en el tapete parlamentario, sobre qué ideas traen la Alta Velocidad y cuáles confían el progreso a las autopistas de peaje.

Con el tren, al menos, la España que para algunos se rompe puede ir cicatrizándose. A lo mejor, entre estación y estación, algunos aprenden que el patriotismo es un vagón rápido y no una bandera perfumada de naftalina.


Jesús Nieto Jurado es escritor, periodista y director de la editorial “Del Planeta Rojo Ed.”

No hay comentarios: